RÉQUIEM CON TOSTADAS DE MARIO BENEDETTI
RÉQUIEM CON TOSTADAS
Hoy, 25 de noviembre, os presentamos un cuento del escritor, poeta, dramaturgo y periodista uruguayo MARIO BENEDETTI (Paso de los Toros 14/09/1920 – Montevideo 17/05/2009)
Sí, me llamo Eduardo. Usted me
lo pregunta para entrar de algún modo en conversación, y eso puedo entenderlo.
Pero usted hace mucho que me conoce, aunque de lejos. Como yo lo conozco a
usted. Desde la época en que empezó a encontrarse con mi madre en el café de
Larrañaga y Rivera, o en éste mismo. No crea que los espiaba. Nada de eso.
Usted a lo mejor lo piensa, pero es porque no sabe toda la historia. ¿O acaso
mamá se la contó? Hace tiempo que yo tenía ganas de hablar con usted, pero no
me atrevía. Así que, después de todo, le agradezco que me haya ganado de mano.
¿Y sabe por qué tenía ganas de hablar con usted? Porque tengo la impresión de
que usted es un buen tipo. Y mamá también era buena gente. No hablábamos mucho
ella y yo. En casa, o reinaba el silencio, o tenía la palabra mi padre. Pero el
Viejo hablaba casi exclusivamente cuando venía borracho, o sea, casi todas las
noches, y entonces más bien gritaba. Los tres le teníamos miedo: mamá, mi
hermanita Mirta y yo. Ahora tengo trece años y medio, y aprendí muchas cosas,
entre otras, que los tipos que gritan y castigan e insultan son, en el fondo, unos pobres diablos. Pero entonces yo era mucho más chico y no lo sabía. Mirta
no lo sabe ni siquiera ahora, pero ella es tres años menor que yo, y sé que a
veces en la noche se despierta llorando. Es el miedo. ¿Usted alguna vez tuvo
miedo? A Mirta siempre le parece que el Viejo va a aparecer borracho, y que se
va a quitar el cinturón para pegarle. Todavía no se ha acostumbrado a la nueva
situación. Yo, en cambio, he tratado de acostumbrarme. Usted apareció hace un
año y medio, pero el Viejo se emborrachaba desde hace mucho más, y no bien
agarró ese vicio nos empezó a pegar a los tres. A Mirta y a mí nos daba con el
cinto, duele bastante, pero a mamá le pegaba con el puño cerrado. Porque sí
nomás, sin mayor motivo: porque la sopa estaba demasiado caliente, o porque
estaba demasiado fría, o porque no lo había esperado despierta hasta las tres
de la madrugada, o porque tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Después,
con el tiempo, mamá dejó de llorar. Yo no sé cómo hacía pero cuando él le
pegaba, ella ni siquiera se mordía los labios, y no lloraba, y eso al Viejo le
daba todavía más rabia. Ella era consciente de eso, y sin embargo prefería no
llorar. Usted conoció a mamá cuando ella ya había aguantado y sufrido mucho,
pero sólo cuatro años antes (me acuerdo perfectamente) todavía era muy linda y
tenía buenos colores. Además era una mujer fuerte. Algunas noches, cuando por
fin el Viejo caía estrepitosamente y de inmediato empezaba a roncar, entre ella
y yo le levantábamos y lo llevábamos hasta la cama. Era pesadísimo, y además
aquello era como levantar un muerto. La que hacía casi toda la fuerza era ella.
Yo apenas sí me encargaba de sostener una pierna, con el pantalón todo
embarrado y el zapato marrón con los cordones sueltos. Usted seguramente creerá
que el Viejo toda la vida fue un bruto. Pero no. A papá lo destruyó
una porquería que le hicieron. Y se la hizo precisamente un primo de mamá, ese
que trabaja en el Municipio. Yo no supe nunca en qué consistió la porquería,
pero mamá disculpaba en cierto modo los arranques del Viejo porque ella se
sentía un poco responsable de que alguien de su propia familia lo hubiera perjudicado
en aquella forma. No supe nunca qué clase de porquería le hizo, pero la verdad
era que papá, cada vez que se emborrachaba, se lo reprochaba como si ella fuese
la única culpable. Antes de la porquería, nosotros vivíamos muy bien. No en
cuanto a plata, porque tanto yo como mi hermana nacimos en el mismo apartamento
(casi un conventillo) junto a Villa Dolores, el sueldo de papá nunca alcanzó
para nada, y mamá siempre tuvo que hacer milagros para darnos de comer y
comprarnos de vez en cuando alguna tricota o algún par de alpargatas. Hubo
muchos días en que pasamos hambre (si viera qué feo es pasar hambre), pero en
esa época por lo menos había paz. El Viejo no se emborrachaba, ni nos pegaba, y
a veces hasta nos llevaba a la matinée. Algún raro domingo en que había plata.
Aun antes de la porquería, cuando papá todavía no tomaba, ya era un tipo
bastante alunado. A veces se levantaba al mediodía y no le hablaba a nadie,
pero por lo menos no nos pegaba ni la insultaba a mamá. Ojalá hubiera seguido
así toda la vida. Claro que después vino la porquería y él se derrumbó, y
empezó a ir al boliche y a llegar siempre después de medianoche, con un olor a
grapa que apestaba. En los últimos tiempos todavía era peor, porque también se
emborrachaba de día y ni siquiera nos dejaba ese respiro. Estoy seguro de que
los vecinos escuchaban todos los gritos, pero nadie decía nada, claro, porque
papá es un hombre grandote y le tenían miedo. También yo le tenía miedo, no
sólo por mí y por Mirta, sino especialmente por mamá. A veces yo no iba a la
escuela, no por hacer la rabona, sino para quedarme rondando la casa, ya que
siempre temía que el Viejo llegara durante el día, más borracho que de
costumbre, y la moliera a golpes. Yo no la podía defender, usted ve lo flaco y
menudo que soy, y todavía entonces lo era más, pero quería estar cerca para
avisar a la policía. ¿Usted se enteró de que ni papá ni mamá eran de ese
ambiente? Mis abuelos de uno y otro lado, no diré que tienen plata, pero por lo
menos viven en lugares decentes, con balcones a la calle y cuartos de baño con
bidé y bañera. Después que pasó todo, Mirta se fue a vivir con mi abuela Juana,
la madre de papá, y yo estoy por ahora en casa de mi abuela Blanca, la madre de
mamá. Ahora casi se pelearon por recogernos, pero cuando papá y mamá se
casaron, ellas se habían opuesto a ese matrimonio (ahora pienso que a lo mejor
tenían razón) y cortaron las relaciones con nosotros. Digo nosotros, porque
papá y mamá se casaron cuando yo ya tenía seis meses. Eso me lo contaron una
vez en la escuela, y yo le reventé la nariz a Beto, pero cuando se lo pregunté
a mamá, ella me dijo que era cierto. Bueno, yo tenía ganas de hablar con usted,
porque (no sé qué cara va a poner) usted fue importante para mí, sencillamente
porque fue importante para mamá. Yo la quise bastante, como es natural, pero
creo que nunca pude decírselo. Teníamos siempre tanto miedo que no nos quedaba
tiempo para mimos. Sin embargo, cuando ella no me veía, yo la miraba y sentía
no sé qué, algo así como una emoción que no era lástima, sino una mezcla de
cariño y también de rabia por verla todavía joven y tan acabada, tan agobiada
por una culpa que no era la suya, y por un castigo que no se merecía.
Usted a lo mejor se dio cuenta, pero yo
le aseguro que mi madre era inteligente, por cierto bastante más que mi padre,
creo, y eso era para mí lo peor: saber que ella veía esa vida horrible con los
ojos bien abiertos, porque ni la miseria, ni los golpes, ni siquiera el hambre,
consiguieron nunca embrutecerla. La ponían triste, eso sí. A veces se le
formaban unas ojeras casi azules, pero se enojaba cuando yo le preguntaba si le
pasaba algo. En realidad, se hacía la enojada. Nunca la vi realmente mala
conmigo. Ni con nadie. Pero antes de que usted apareciera, yo había notado que
cada vez estaba más deprimida, más apagada, más sola. Tal vez fue por eso que
pude notar mejor la diferencia. Además, una noche llegó un poco tarde (aunque
siempre mucho antes que papá) y me miró de una manera distinta, tan distinta
que yo me di cuenta de que algo sucedía. Como si por primera vez se enterara de
que yo era capaz de comprenderla. Me abrazó fuerte, como con vergüenza, y
después me sonrió. ¿Usted se acuerda de su sonrisa? Yo sí me acuerdo. A mí me
preocupó tanto ese cambio, que falté dos o tres veces al trabajo (en los
últimos tiempos hacía el reparto de un almacén) para seguirla y saber de qué se
trataba. Fue entonces que los vi. A usted y a ella. Yo también me quedé
contento. La gente puede pensar que soy un desalmado, y quizá no esté bien eso
de haberme alegrado porque mi madre engañaba a mi padre. Puede pensarlo. Por
eso nunca lo digo. Con usted es distinto. Usted la quería. Y eso para mí fue
algo así como una suerte. Porque ella se merecía que la quisieran. Usted la
quería, ¿verdad que sí? Yo los vi muchas veces y estoy casi seguro. Claro que
al Viejo también trato de comprenderlo. Es difícil, pero trato. Nunca lo pude
odiar, ¿me entiende? Será porque, pese a lo que hizo, sigue siendo mi padre.
Cuando nos pegaba, a Mirta y a mí, o cuando arremetía contra mamá, en medio de
mi terror yo sentía lástima. Lástima por él, por ella, por Mirta, por mí.
También la siento ahora, ahora que él ha matado a mamá y quién sabe por cuanto
tiempo estará preso. Al principio, no quería que yo fuese, pero hace por lo menos
un mes que voy a visitarlo a Miguelete y acepta verme. Me resulta extraño verlo
al natural, quiero decir sin encontrarlo borracho. Me mira, y la mayoría de las
veces no me dice nada. Yo creo que cuando salga, ya no me va a pegar. Además,
yo seré un hombre, a lo mejor me habré casado y hasta tendré hijos. Pero yo a
mis hijos no les pegaré, ¿no le parece? Además estoy seguro de que papá no
habría hecho lo que hizo si no hubiese estado tan borracho. ¿O usted cree lo
contrario? ¿Usted cree que, de todos modos, hubiera matado a mamá esa tarde en
que, por seguirme y castigarme a mí, dio finalmente con ustedes dos? No me
parece. Fíjese que a usted no le hizo nada. Sólo más tarde, cuando tomó más
grapa que de costumbre, fue que arremetió contra mamá. Yo pienso que, en otras
condiciones, él habría comprendido que mamá necesitaba cariño, necesitaba
simpatía, y que él en cambio sólo le había dado golpes. Porque mamá era buena.
Usted debe saberlo tan bien como yo. Por eso, hace rato, cuando usted se me
acercó y me invitó a tomar un capuchino con tostadas, aquí en el mismo café
donde se citaba con ella, yo sentí que tenía que contarle todo esto. A lo mejor
usted no lo sabía, o sólo sabía una parte, porque mamá era muy callada y sobre
todo no le gustaba hablar de sí misma. Ahora estoy seguro de que hice bien.
Porque usted está llorando, y, ya que mamá está muerta, eso es algo así como un
premio para ella, que no lloraba nunca.
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