FRAGMENTO DE CAPERUCITA EN MANHATTAN DE CARMEN MARTÍN GAITE
Como conmemoramos el centenario de Carmen Martín Gaite, os invitamos a disfrutar de este fragmento del capítulo 6 de Caperucita en Manhattan.
Pero ¿a qué
llaman vivir? Para mí vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar
oído a las cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras,
compartir con los vivos un vaso de vino o un trozo de pan, acordarse con
orgullo de la lección de los muertos, no permitir que nos humillen o nos
engañen, no contestar que sí ni que no sin haber contado antes hasta cien como
hacía el Pato Donald… Vivir es saber estar solo para aprender a estar en
compañía, y vivir es explicarse y llorar… y vivir es reírse… He conocido a
mucha gente a lo largo de mi vida, comisario, y créame, en nombre de ganar
dinero para vivir, se lo toman tan en serio que se olvidan de vivir.
Precisamente ayer, paseando por Central Park más o menos a estas horas, me
encontré con un hombre inmensamente rico que vive por allí cerca y entablamos
conversación. Pues bueno, está desesperado y no sabe por qué. No le saca
partido a nada ni le encuentra aliciente a la vida. Y claro, se obsesiona por
tonterías. Al cabo de un rato, parecía yo la millonaria y él el mendigo. Nos
hicimos muy amigos. Dice que él no tiene ninguno. Bueno, uno, pero que se está
hartando de él.
—¡Qué historia
tan interesante! —dijo el señor O’Connor.
—Sí, es una
pena que no tenga tiempo para contársela con detalle. Pero he quedado en ir
dentro de un rato a su casa a leerle la mano. Aunque no sé si servirá de mucho,
ya se lo advertí ayer, porque yo el porvenir no lo leo cerrado, sino abierto.
—¿Qué quiere
decir eso?
—Que no doy
soluciones, me limito a señalar caminos que se cruzan y a dejar a la gente en
libertad para que elija el que quiera. Y míster Woolf está ansioso de
soluciones, me temo que necesita que le manden. Tal vez porque está harto de
hacerse obedecer. Edgar Woolf se llama. Gana el dinero a espuertas. Tiene un
negocio muy acreditado de pastelería.
El comisario
la miró con los ojos redondos por la sorpresa.
—¿Edgar Woolf?
¿El Rey de las Tartas? ¿Va a ir usted a casa de Edgar Woolf? Vive en uno de los
apartamentos más lujosos de Manhattan, ¿lo sabía? Pero tiene fama de ser
inaccesible, de no recibir a nadie.
—Pues ya ve,
será que yo le he caído bien. A ver si se cree usted que sólo me trato con
desheredados de la fortuna. Aunque ahora que lo pienso — rectificó luego—
también míster Woolf es un desheredado de la fortuna. Para mí la única fortuna,
ya le digo, es la de saber vivir, la de ser libre. Y el dinero no libera,
querido comisario. Mire usted alrededor, lea los periódicos. Piense en todos
los crímenes y guerras y mentiras que acarrea el dinero. Libertad y dinero son
conceptos opuestos. Como lo son también libertad y miedo. Pero, en fin, le
estoy robando tiempo. No he venido para echarle un discurso, y en cuanto a su
propuesta, ya la he contestado con creces, ¿no le parece a usted? Conque
olvídeme, si puede.
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